Llevaba ya un buen rato caminando, la bruma que corría por el suelo, y los lejanos galopes habían desaparecido ya pero la antorcha no se veía ni un poco más cercana y la oscuridad era tal que solo podía verse las manos si las ponía directamente frente a sus ojos. Su cuerpo estaba fatigado, la humedad complicaba la respiración y el ambiente estaba invadido por un desagradable olor a metano, hacía calor lo que lo agotaba aún más y se desalentaba al no ver acercarse a él la antorcha ni ver señales del fin del túnel. Decidió recostarse a un costado del túnel para descansar, mientras estiraba las manos hacia el frente buscando una pared se tropezó con algo y cayó de bruces contra el suelo, ni siquiera trató de incorporarse.
El estomago le rugía feroz, imploraba por alimento pero no habían señales de la existencia de cucarachas o ratas en aquel pasaje. Tenía hambre, sed y sueño y su única esperanza era esa lejana antorcha que por lo menos le serviría para buscar algún animal. No le quedaban fuerzas y simplemente se durmió.
Al despertar se vio envuelto x una bruma espesa y fría y el galopeo había regresado, incluso más fuerte, era ensordecedor el estruendo, parecía que mil caballos furiosos trotaran a su alrededor, a pocos metros de el, pero la oscuridad era infinita, solo sentía a la neblina arremolinarse a su alrededor, preso del pánico intentó levantarse pero no tenía fuerzas para hacerlo, sentía su cuerpo diez veces más pesado que antes de dormirse, miro hacia todos lados y vio que la antorcha ya no estaba, se sintió desolado, desconsolado y de repente un golpe seco le golpeo el estomago, y luego otro más en la espalda, cientos de cascos golpeaban su dejado cuerpo hasta que un último golpe se dirigió hacia su cabeza que como una pelota reboto contra el suelo, desprendiendo consigo trozos de huesos, sangre y sesos.